sábado, 6 de enero de 2007

Misericordia


El anciano duerme entre eructos de alcohol, ruidos intestinos y olores nauseabundos. Mi corazón se aprieta en tanto me acerco más y aparto la nube de moscas a su alrededor. Deposito la pequeña cacerola humeante y olorosa, el pan, cuchara y servilletas en el piso y me detengo a contemplar al viejo. En su rostro se descubren llagas y escoriaciones, lo mismo en sus manos sucias terminadas en uñas negras. Una lágrima rebelde cae por la sucia mejilla y caracolea entre su barba grasienta. A simple vista, se observan piojos entre la mata de cabellos que ralea bajo el mugriento remedo de sombrero que usa. La abigarrada mezcla de prendas que le cubre despide el mismo nauseabundo olor de su cuerpo, olor que como una sombra pegajosa se prende a mi traje.


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