sábado, 6 de enero de 2007

El Sonido del Amor


El mismo día en que Jeremías Abastero cumplió sus 87 años, dejó de oír totalmente. Casi nueve meses antes había notado el comienzo de su pérdida auditiva, cuando no sintió desde su habitación el silbido de la tetera donde su esposa Albertina preparaba, como cada día de esos 60 años de matrimonio, el agua para hervir el té del desayuno que compartirían. No se alarmó mucho en aquel momento, ya que no se podía esperar que aquella salud de hierro de la que hacía gala le acompañara hasta el fin de sus días. –“Algún achaque tenía que venir”- se consoló entonces.

Sin embargo, la sordera fue ganando espacios cada vez mayores, tiñendo de angustia su mirada, y volviéndolo más introvertido conforme desaparecían los sonidos alrededor. Luego vino el canto del gallo, que se hizo inútil como despertador campestre. Tampoco hizo mucho asunto de ello, por cuanto siempre tuvo el beso con que Albertina lo saludaba al despertar. Nunca le faltó ese dulce beso, que cuando jóvenes solía ser preámbulo de un encuentro sexual remolón, juguetón y tierno. Con la llegada de los hijos vino entonces el asalto de las criaturas a su cama matrimonial, lo que junto a la presión por llegar temprano al trabajo disminuyó la frecuencia de aquellos dulces momentos de amanecida. Y sin embargo la mirada con que Albertina acompañaba a ese primer beso siempre fue la misma: honesta, profunda y de entrega absoluta, sin importar la cantidad de arrugas que fueran enmarcando sus ojos.


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