sábado, 6 de enero de 2007

La Doma



Genaro se despertó temprano, como todos los días, pero esta vez tenía un motivo muy especial. El trabajo en el fundo siempre comenzaba antes de que clareara, por lo que la costumbre hacía que no fuera especial para él la salida del sol en el campo. Sin embargo, hoy tenía media mañana libre, por orden del patrón, y su pecho se llenó del aire matinal, ansioso por lo que se avecinaba. Se dio el gusto de asearse en el riachuelo cercano, con menos prisa que de costumbre. El mate lo bebió dando trancos largos y pausados en los alrededores de la casa que ocupaba como parte del inquilinaje.

Los primeros rayos del sol lo sorprendieron ascendiendo la suave loma que lo conducía a los corrales. Por entre la hierba brotaban los saltamontes por cientos a cada paso, simulando salpicaduras de un mar verde y oro. La niebla vestía los cerros lejanos con faldones de novia, y el cielo se pintaba de ese azul tan intenso en los cielos de verano del campo chileno.

Se diría que la yegua blanca lo esperaba. Ya antes de verlo subir la loma el animal estaba inquieto y se paseaba en el corral haciendo grandes círculos. En el momento en que lo vio venir, se quedó quieta mirándole, y no varió su postura ni aún cuando el muchacho entró al corral para comenzar la faena.

Su patrón, don Arturo, tenía a "Camelia" hace tiempo entre los cientos de caballares del fundo, originalmente con propósitos de monta para obtener crías; sin embargo, el carácter increíblemente arisco del animal hizo imposible que alguno de los garañones que la pretendieron lograra su objetivo.

Sólo el romanticismo de don Arturo salvó a "Camelia" de un destino más aciago, ya que no sirviendo para cruzarla, ni aceptando monta o yugo alguno, era un bien totalmente desechable para el trabajo campesino. De no tener esa estampa altanera, esa fuerza muscular que se adivinaba con sólo verla y esos ojos brillantes que miraban fijo, fácilmente pudo haber terminado vendida o hecha charqui hace ya tiempo.

Genaro le ofreció a su patrón comprarle el animal, pagando con parte de su sueldo el importe. Se había demorado dos años en lograrlo, pero ese era el día en que "Camelia" cambiaría de dueño.

La yegua no hizo amago de alejarse cuando Genaro le pasó el cabestro por el hocico, ni cuando procedió a cepillar el lomo plateado como quien prepara una ceremonia casi litúrgica.


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